jueves, mayo 29, 2008

El aliento del cielo, Carson McCullers

Trad. José Luis López Muñoz y María Campuzano. Seix Barral, Barcelona, 2007. 540 pp. 28 €

Nere Basabe

Este voluminoso libro recoge todos los cuentos de la escritora norteamericana Carson McCullers (algunos de ellos publicados por vez primera en español) y tres novelas cortas; es decir, casi sus obras completas, a excepción de El corazón es un cazador solitario, probablemente la novela más conocida de esta autora. Supone por lo tanto una ocasión única de acercarse y conocer a fondo la obra de esta escritora ineludible, y es además, he de decirlo, uno de los mejores libros que ha caído en mis manos en mucho tiempo.
Carson McCullers (Georgia, 1917 – Nueva York, 1947) está considerada una de las principales representantes de la narrativa del Sur estadounidense, a la altura de autores como William Faulkner, Tennessee Williams, Truman Capote o Flannery O’Connor (amigos o enemigos suyos todos, según las circunstancias). Y es desde luego ese mundo sureño, con sus calles cubiertas de polvo, su calor que todo lo anestesia y sus anquilosantes costumbres sociales y raciales, el desolado escenario que mejor retrata la mirada inmisericorde de McCullers, y en el que destapa unas existencias atrapadas (atrapadas en el alcohol, en la enfermedad y las taras físicas, en un cuartel del ejército, en una infancia renuente, en unas expectativas imposibles de cumplir, entre un pasado y un futuro que se niega a abrirse y unos pequeños pueblos olvidados, aislados del mundo en un tiempo detenido en una mecedora) donde conviven la lúcida introspección en el alma humana con la crítica social —que le acarreó más de un problema.
Muchos son efectivamente los protagonistas que intentan escapar hacia el norte en estas distintas historias, y que sin embargo se ven abocados al regreso y la permanencia (desde el cuento “Los extranjeros” a la última novela corta “Frankie y la boda”). Otra constante que se repite en estos textos son las historias de iniciación críticas, una particular y acertadísima visión desasosegante de la infancia y la adolescencia que se enfrenta desconcertada a un mundo que se rige por reglas diferentes: así lo vemos en los relatos “Sucker”, “El aliento del cielo”, “El orfanato”, “Así”, “Wunderkind”, “Correspondencia”, “Un árbol. Una roca. Una nube”, o nuevamente, “Frankie y la boda”, imprimiendo a los acontecimientos más cotidianos un original y penetrante enfoque, que nos obliga a veces, a través de una emoción contenida, a la toma de consciencia de una realidad que se ve súbitamente desprovista de su belleza:
«Odiaba el desayuno; luego se quedaba como marcada. Prefería esperar y comprarse cuatro barras de chocolate con sus veinte centavos del almuerzo y comérselas durante la clase, sacándolas a pedacitos del bolsillo, debajo del pañuelo, y parándose en seco cada vez que el papel de plata hacía ruido. Pero aquella mañana su padre le había puesto un huevo frito en el plato, y sabía que, si se rompía y el amarillo viscoso se escurría sobre el blanco, lloraría. Y había pasado justamente eso».
Junto a esas infancias perplejas, McCullers despliega toda una galería de otros personajes igualmente en los márgenes: jorobados, enanos, retrasados mentales, alcohólicos, ex presidiarios, homosexuales que se nos presentan en su más profunda humanidad y que destilan a su vez algunos aspectos del alma torturada de la propia autora —y acaso de todos nosotros. La existencia de los protagonistas se ve a menudo turbada por un sutil y anodino acontecimiento que viene del exterior y que es sin embargo capaz de trastocar sus vidas (la visión de alguien al otro lado de la ventana, la noticia de la boda de un pariente, una lección de violín); la capacidad de crear atmósferas (en esos relatos en los que a veces no sucede nada, y sólo se retrata una tarde de verano) y de mantener la tensión irresuelta en historias en las que se nos ha anticipado desde el comienzo el trágico final (las fantásticas novelas Reflejos en un ojo dorado, llevada al cine por John Houston, o La balada del café triste), sumado a unos finales, unas últimas líneas que nos dejan muchas veces sin aliento por su belleza estilística (o que nos hacen partícipes de ese aliento del cielo con su sentido musical, herencia de sus estudios musicales), dan cuenta por su parte del magistral talento narrativo de esta autora, que se ha convertido —y debería serlo todavía más— en un clásico del siglo XX. La introducción y comentarios que Rodrigo Fresán añade a cada texto, contextualizando las circunstancias de su escritura y ayudándonos a conocer mejor el proceso creativo de Carson McCullers (las afinidades, las obsesiones, los motivos recurrentes, los relatos que le sirven de ensayo para escribir más tarde ese famoso El corazón es un cazador solitario), aporta un valor añadido a este libro imprescindible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo. La obra de McCullers es de una turbadora genialidad.