lunes, septiembre 13, 2010

Un libro que podría titularse el baile de la berenjena, Óscar Santos Payán.

Baladí, Madrid, 2010. 244 pp. 17 €

Fernando Sánchez Calvo

Ésta es la historia de un bildungsroman (en rústico “novela de iniciación”) sobre la iniciación en la vida de un par de amigos a quienes, a paso vertiginoso, les toca madurar (en rústico, “sufrir” o “joderse”) en la chabacana y deprimente vida rural de un pueblo que, incomprensiblemente y como pasa con el resto de los pueblos, marcará con un fuerte sello de nostalgia el corazón de los protagonistas. El Gorrión y Jorgito son dos adolescentes, amigos inseparables, de los de verdad, de los de antes, que, como todos los púberes y derivados, mueren de amor y lujuria por Rosario y Gloria, dos muchachas espléndidas, perfectas, mayores, utópicas para la carne, comprometidas con los guapos y atadas por los poderosos que, como era de esperar también, no se fijan mucho en ellos porque la edad y las convenciones así lo mandan. Con este planteamiento Ediciones Baladí inicia el rimbombante título Un libro que podría titularse el baile de la berenjena en su colección Caleidoscopias, la primera novela de Óscar Santos Payán (quien ya había publicado el libro de poemas Infierno sostenido en Ediciones El Gaviero) con ilustraciones a cargo de Macarena Alagarín.
Ésta es una sencilla historia de amor y amistad, con un lenguaje llano y una enseñanza directa, de las de antes, sin rodeos, donde a los protagonistas les urge aprender a base de experiencias y no de teorías que los poderosos siempre van a ser poderosos pero que hay resquicios donde uno puede guardar la dignidad. Todo depende de la cantidad que se quiera arriesgar en guardarla. Por ello, y con la ayuda de Genaro (un adolescente encerrado en el cuerpo de un adulto que treinta años después vuelve al pueblo para enseñar a Gorrión y a Jorgito todo lo que él no se atrevió a practicar), nuestros dos protagonistas, que no héroes, intentan dar un giro a sus vidas en las fiestas patronales del pueblo, el momento cumbre para la comunidad. Es el único momento posible donde los tipos, los roles pueden cambiarse, o al menos reafirmarse.
Después, la esperanza, la decepción, el miedo, la euforia, de nuevo la decepción y todos los estados de ánimo que caben en el cuerpo de un crío en tan sólo unas horas. Esas fiestas y las berenjenas del puesto del pueblo más pueblo de España les demostrarán que incluso en los espacios más cutres o limitados uno también puede hacerse un sabio porque, al fin y al cabo, la magia no la ponen los espacios, las épocas, sino los ojos de las personas. Algo parecido le pasó a Don Quijote, quien, en el paisaje más desolado y seco de toda la península, supo apreciar un gramo de belleza en la labriega más fea de la Mancha. Si un viejo anacrónico fue capaz de esto, qué no harán dos chavales con toda la vida por delante, todas las miserias (suyas y ajenas) por delante y dos muchachas (esta vez sí guapas) por delante. Alonso Quijano lo tuvo peor.

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