miércoles, junio 12, 2013

Siguiendo mi camino, Mauricio Wiesenthal

Acantilado, Barcelona, 2013. 480 pp. 26 €

Ángeles Prieto Barba

Como puedo hacerlo, me he concedido el placer de escribir esta reseña dactilográficamente, al abrigo de uno de los dos grandes magnolios que enseñorean la Alameda gaditana. Más allá, en el Baluarte de la Candelaria, se celebra la anual Feria del Libro, donde un estridente altavoz repite de manera constante que procederá a firmar sus productos un afamado y vulgar político. Es sólo que aquí refugiada, rememorando lindas canciones en compañía de las palabras de Mauricio, opto por rendir culto a la única clase social o profesional que respeto, según me enseñaron mis maestros: la aristocracia del arte y del espíritu.
Bien se que muchos no entenderéis por qué empiezo hablando de mí y de mi ciudad natal si lo que tengo que contaros es de qué trata este libro, pero lo hago de la mejor manera que concibo, pues Mauricio Wiesenthal, criado bajo la alegre luz de Cádiz, no sólo formó siempre parte de esta nobleza exquisita, es que en estos tiempos la lidera con mucha clase porque sabe como nadie hablarnos de nosotros mismos. De lo que somos y de lo que fuimos. Aunque parezca que lo hace de sí mismo en este libro autobiográfico, jalonado de poemas y canciones (tangos, habaneras, valses, zambas, boleros o nanas) que han marcado su vida y aventuras, de continuos viajes y amores eternos.
Un libro hermoso para subrayar, recordar y comentar luego, en el que echamos en falta al final un índice onomástico que me parece necesario en todos los libros de Wiesenthal, siempre provechosos y eruditos. Pues al igual que en el Libro de Réquiems (2004), El esnobismo de las golondrinas (2007) y Luz de vísperas (2008), disfrutados enormemente con anterioridad, los diversos paisajes del Mundo que recorre no los presenta exentos, sino enriquecidos por seres singulares que les otorgan carácter. Bien con alguna celebridad de la que descubriremos algún aspecto novedoso, como Ramón Menéndez Pidal, Ava Gardner, Lola Membrives, Hemingway o un José María Pemán visionario (“el ensayo y la novela marchan hacia una conjunción que será la fórmula de este fin de siglo”), o bien con personajes anónimos, como el increíble sacerdote jesuita de Mérida o la impresionante y divertida Sarah, primera esposa de Wiesenthal. Inolvidables todos ellos.
Y esas canciones sabias y tiernas que sirven para engalanar sus historias, las que apelan a lo mejor de nuestros recuerdos y sentimientos: “Always”, “La gavina”, “Are you lonesome tonight?”, “Love me tender”, “Zamba del pañuelo”, “Maite”, “Lilí Marlene”, “Que seas vos” y mi favorita, el bolero “Amar y vivir”, acompañadas de reflexiones sobre cómo encarar la vida y consejos a jóvenes escritores para que moderen sus raudas ansias de fortuna y éxito. Aunque nada más ejemplarizante para ellos que esa prosa magistral, lograda con no pocos esfuerzos y libre de tópicos y lugares comunes, elaborada para ser disfrutada tanto en silencio como en voz alta.
No obstante, los libros de Wiesenthal producen al final un fastidio irremediable: se acaban. Menos mal que no ocurre así con sus queridos cundis, parecidos a sus obras, de miga jugosa y corteza dura. Por lo que aviso a los lectores avispados de que en los hornos del barrio de la Viña pueden seguir degustándolos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa reseña de un autor fuera de lo común. Autentico, elegante, sensible, inteligente. De una humanidad que desborda. Como dices lo peor de leer a Mauricio es que se termina.

Un
Saludo