viernes, febrero 14, 2014

La enferma, Elena Quiroga

Cátedra, Madrid, 2013. 332 pp. 12,30 €

Ariadna G. García

Ganó el Premio Nadal con su segunda novela, Viento del Norte (1951). A partir de ese instante, Elena Quiroga dominó la década de los 50 dando a la imprenta un título por año: La sangre (1952), Trayecto uno (1953), La otra ciudad (1953), Algo pasa en la calle (1954), La careta (1955), La enferma (1955), Plácida la joven y otras narraciones (1956) y La última corrida (1958). En los 60 publicó dos imprescindibles novelas de formación: Tristura (1960. Premio de la Crítica) y Escribo tu nombre (1965). Acabó su carrera narrativa con Presente futuro (1973). En 1984 se convirtió en la segunda mujer en ocupar un sillón de la Real Academia Española (tras Carmen Conde (1978), pese a que la institución contaba con 271 años de historia.
Y sin embargo, pese a tan copiosa trayectoria literaria, pocos de ustedes habrán leído su nombre en los libros de texto o lo habrán escuchado en las aulas de la universidad. Quiroga es un claro ejemplo de la discriminación que sufren la mayoría de las escritoras en este país. Su caso es semejante al de Ángela Figuera Aymerich en el género lírico.
Por suerte, la Biblioteca Castro editó en 2011 ocho de sus novelas recogidas en tres volúmenes, en un intento por colocar a la autora santanderina (gallega de espíritu) en el puesto que merece dentro del canon narrativo español.
Teniendo en cuenta este injusto olvido por parte de la crítica y del mundo docente, es de agradecer el riguroso análisis con que Gregorio Torres introduce a los lectores –en su reciente edición de La enferma– en el universo literario de Elena Quiroga.
Ésta representa (junto a Carmen Laforet, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Ana María Matute o Gonzalo Torrente Ballester) la renovación novelística de mediados del siglo pasado. En sus textos se aprecia la influencia de Faulkner y de Joyce. Sus obras se caracterizan por el análisis pormenorizado de la psicología humana, por el tratamiento de temas sociales, por su contenido existencial, por la polifonía y el perspectivismo ideológico, por su crítica a la educación sentimental de las mujeres bajo la dictadura franquista, por su acercamiento al mundo rural mítico gallego, por la incorporación a sus obras de personajes femeninos de fuerte personalidad que luchan por el reconocimiento de sus derechos civiles y sociales.
La enferma es una novela en donde no sólo se traslucen todos esos rasgos, sino que incluso se distingue una sutil y delicada huella del lirismo dramático de Federico García Lorca.
El libro tiene dos partes. En la primera, una mujer emprende un viaje al pueblo donde su marido posee una tierra provista de playa. Se trata del pequeño paraíso que disfrutó su esposo de soltero, ajeno a las obligaciones de la vida adulta, feliz y en libertad. El pueblo se encuentra en la ría de Arosa, en Pontevedra. Poco a poco el ambiente la transforma. Así, el trayecto en barcaza le revela la belleza de la intemperie, a la que estaba ciega en la ciudad: «He tenido que venir hasta aquí para descubrir las estrellas y el frío y la humedad, aunque ya estaban antes que yo, y era yo la que andaba con prisas para guarecerse en el ascensor de casa» (p. 142). Las gentes del humilde pueblo pesquero «viven mirando al mar. Lo que sucede en sus vidas o no sucede o ni se enteran» (p.139). Durante su estancia en la ría realiza un ejercicio de introspección. Allí aprende a conocerse y a identificar la existencia a la que ha renunciado por su condición femenina y por su matrimonio. Mientras tanto, irá conociendo la intimidad de sus nuevos vecinos, tendrá acceso a sus frustraciones, a sus desvelos y a sus envidias. Entre estos personajes, destacan Alida y su marido Dámaso (con quienes se hospeda), Lucía (sobrina de ambos), el cura (un hombre liberal y trabajador –posee casa y huerta y no busca la limosna de nadie–, un religioso «que daba la cara por el pueblo pensaras lo que pensaras» p. 174), Liberata (una bellísima mujer enferma de amor, en cama desde la adolescencia, quien «tuvo su vida entre sus manos y la destrozó» p. 192) y Telmo (del que oye relatos, pues murió; un apuesto poeta, antiguo novio de Liberata).
En la segunda parte, los personajes presentados asumen la palabra y se convierten en para-narradores de la historia. Todos se dirigen a la misma interlocutora pasiva, la protagonista del texto, con el fin de confesarle su opinión sobre la enferma. Ésta, pues, se convierte en el personaje nuclear, que se va construyendo ante el lector por la suma de tantos testimonios. Esta focalización selectiva múltiple dota a la novela de riqueza discursiva, libera a los lectores de prejuicios, recupera el pasado, y saca de los distintos personajes –a través del monólogo interior– su verdadera personalidad. Sus miradas oscilan entre la idealización o el vituperio de Liberata y Telmo. Cada cual defiende una imagen. Este discurso coral convoca la memoria de quienes los amaron y odiaron, así como visibiliza las consecuencias individuales y sociales de su truncada relación amorosa.
La enferma es una de las mejores novelas españolas del siglo XX. Una delicia. Que nadie se la pierda.

1 comentario:

Cristina dijo...

En efecto, no la conocía. Siempre he pensado que hace falta más trabajo para redescubrir a autoras españolas que han caído en el olvido (es curioso que la propuesta de varias editoriales se centre en recuperar a autores y autoras, pero principalmente de Inglaterra y otros países). Lo que nos has contado me parece muy interesante, así que buscaré la novela.

Besos.